Quantus
tremor est futurus,
quando
iudex est venturus,
cuncta
stricte discussurus!
Dies
Irae
Había
huido toda mi vida. Aun recuerdo las gotas de sangre chorrear
por el
cuello de mi padre, mezcladas con las lágrimas de mi madre que
se
avalanzó sobre su cuerpo tambaleante para sostenerle. Él, con el
poco aliento que le quedaba le susurraba que todo iba a estar bien,
que estuviera
tranquila y que tuviera fuerza, yo apenas si tuve
conciencia de escuchar sus últimas palabras. Esa misma noche, el
fuego que consumía la vieja casa de madera se mezclaba absurdamente
con los gritos de mis hermanas siendo violadas
por los rebeldes. Ese
era nuestro destino por adorar a un dios prohibido en un
lugar
vedado para mi familia por los azares de la geografía y la
historia.
Ese
día entendí lo que era el miedo, pude sentirlo por primera vez.
Tenia cinco años
y apenas si podía comprender los colores y
sonidos de la naturaleza, esos que me
entretenían y me llenaban de
un sentimiento que mucho después pude conectar a ese
algo tan
pasajero que todos los mortales llaman felicidad. Las imágenes de
los rostros suaves de mi madre y mi abuela y sus risas mientras
llevaban el agua del pozo, mientras cantaban
alabanzas o mientras
preparaban el fuego para hacer el pan desaparecieron en
un hueco
poco profundo cubiertos por la tierra amarilla. Mis hermanas nunca
mas volvieron
a hablar o a jugar conmigo.
Hoy,
exactamente 17 años más tarde, mientras escucho los gritos de
desesperación, los insultos
y el oleaje hacer crujir el metal que
se retuerce sin piedad, he vuelto a sentir ese miedo. No el
miedo
pasajero, ese que te da cuando lleno de desesperación robas un pan
de una tienda o cuando
arropado por la oscuridad te escabulles para
poder besar a aquella jovencita de ojos
negros y dientes como el
cielo que te está esperando afuera, en el patio al lado del pozo de
agua y a la que le declaras tu amor infinito. El miedo cuando la
tranquilizas y le dices que volverás pronto
para abrazarla, el
miedo que sientes cuando le dices que todo va a estar bien, que esté
tranquila
y que sea fuerte, repitiendo esas fatídicas ultimas
palabras; las primeras que recuerdas.
Hoy
he vuelto a sentir el miedo, lo he entendido, el miedo de no poder
cumplir el juramento que realicé, los juguetes que prometí, ese
vestido largo azul marino que ya no podré comprar. Hoy, he vuelto a
sentir el miedo, el único e irrepetible, el miedo de mi cuerpo
perdido en el fondo del mediterraneo, el miedo de irme para siempre y
dejar un vacío lleno de angustia, de incertezas y de desprotección
en aquellos que amo, el miedo de verdad.
No vi el límite que podrías haber sobrepasado, mi querido Leo. Celebro que hayas aportado tu cuento en este blog. Está buena la moraleja críptica que nos hace partícipes a todos de las tragedias que nos asuelan por todo el planeta hoy en día: “Rechinarán los dientes cuando advenga aquel que nos juzgará con recta dureza”, dijo aquel en latín.
ResponderEliminarEscalofriante, Leo
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