sábado, 9 de enero de 2016

Rarezas

Hoy, en Ventana al Sur, les conté que mi primer cuento lo escribí en Finlandia, embarazada de Luna y decidí compartirlo. Espero que lo disfruten. YS


Rarezas
Qué raro se ve todo desde aquí, y qué extraño ese yo que no soy yo, sino un cuerpo vacío que algunos curiosean y otros mejor no, porque si lo miran entonces se vuelve real… estoy tratando de hacer ejercicio de memoria y estoy tratando de saltar desde aquí, desde el lugar raro en que estoy para ver si caigo en “mi cuerpo” y así lo puedo levantar de ahí donde está tirado indignamente y en dónde está causando algo entre lástima y asco… me choca ver como lo miran por encima del hombro y más me molesta que haya corriendo sangre por ahí porque al fin de cuentas ya sé que soy yo quien la va a limpiar… ¿O será que al menos de esta me salvo?
         Pues ya me voy acordando, eran las 5.37 de la mañana cuando me subí al metro como hago todos los días para iniciar mi primer turno de trabajo, así que eso no era raro… tampoco era raro que en la línea 4 en dirección de sur a norte vinieran bravucones adolescentes que seguramente venían de alguna fiesta clandestina en la que se les hizo tarde y no tuvieron más remedio que tomar el primer metro… es más, ni siquiera era raro que intentaran provocarme… ese era mi pan de cada día, el de escuchar que alguien me gritara «¡brownie, go home!»; eso y hasta recibir un escupitajo de vez en cuando es tan de rutina que yo lo tomaba como parte del día a día…
         Pero había algo que sí había sido raro: Amanda había llorado toda la noche y su mamá no conseguía consolarla, y cuando iba yo, se me lanzaba al cuello como si no hubiera un mañana; yo intenté consolarla hasta que nos quedamos los dos dormidos en el piso, ella de cansancio por llorar y yo de cansancio acumulado de dos empleos y de desmañanarme todos los días… también un poco raro fue que me desperté y aunque sabía que era un poco tarde me movía lentamente y con mucha paz…
         Y ya me acuerdo de lo que pasó después. Al subirme al metro, en el mismo último vagón en el que me subo todos los días, me recargué en el vidrio y cerré los ojos esperando soñar sin dormir pero yo sentía que había tanto ruido que ni los pensamientos lograba escucharme, tanto ruido que cuando los bravucones esos me empezaron a tirar la bronca yo no me di cuenta de inmediato que era conmigo la cosa… pero cuando me di, me puse el gorro de mi sudadera en señal de paz… pero las señales de paz de mi parte fueron tomadas como un insulto por ellos, y empezaron a agredirme aún más… los otros trabajadores madrugadores que iban en el vagón miraban de reojo lo que pasaba pero fingían seguir inmersos en sus libros o subían el volumen en su i-pod para no ser partícipes involuntarios de la situación… cuando me empezaron a agarrar a tirones pensé que también era raro que alguien fornido como yo fuera tan indefenso ante esos mocozuelos que en todo caso estaban pecando de impertinentes… pero ni tan raro… no eran machos, pero eran muchos…
         Así que de las invitaciones suyas de que volviera a «mi casa», fueron a los insultos, y luego a los tirones, y cuando me di cuenta ya todos me tenían en el piso a las patadas… la suerte era que la voz del metro anunciaba mi destino y que yo estaba justo a tiempo para empezar a trabajar, salí a gatas del vagón ayudado por los puntapiés en el trasero por parte de los mocozuelos. Ya afuera, los que esperaban el metro en la otra dirección miraban también de reojo y también fingían que no era nada fuera de lo convencional lo que estaba sucediendo, los más débiles de carácter palidecieron cuando vieron las navajas salir de los bolsillos de los chiquillos, pero aun así se limitaron a mirar el piso y a caminar de un lado para otro como si eso fuera a acortar su espera por el metro que los llevaría lejos de la responsabilidad de tener que ver esa escena…
         Después de ver el brillo de las navajas sentí cómo algo calientito me corría por la panza pero aunque podía sentir que era tibia la sensación, seguía teniendo frío, y me estaba dando más por cada segundo que pasaba, después del primer piquetón vinieron muchos porque el difícil es el primero, pero ya entrados en gastos, ya no hay forma de detenerse… no atiné más que a recordar cuando matábamos puercos para las fiestas del pueblo, y en el trabajo que me costaba atravesar el cuero… así supe que nuestro cuero y el de los puercos es distinto… qué raro venir a enterarse así… entre ruido y pisoteado por zapatos de los chiquillos corriendo en un estado de éxtasis por haberse hecho «hombres de cuidado» ahí mismo en el pasillo del metro…
         Me dieron pena ellos, me dieron pena los testigos por cobardes y me di pena yo porque yo también quería irme a casa pero algo me decía que esta vez no iba a ser así… «brownie, go home» dicen ellos, «I want to go home», digo yo… ¿Y Amanda? ¿Ella sabía? Qué bueno que me abrazó como si no hubiera mañana, qué bueno que me quedé dormido con ella en mis brazos, y qué bueno, qué bueno que no me está viendo ahora… tirado aquí, causando algo entre lástima y asco…


YS –Helsinki, 14-Dic-2011-

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